
Misión y los Signos de los tiempos
Antes de empezar seria oportuno que arcaremos un poquito la terminología que encabeza nuestra reflexión. Dado que hablar de los signos se puede remitir ya casi naturalmente a los símbolos. Los términos signo-símbolo se refieren, en una acepción muy amplia, a realidades sensibles, en los que el ser humano capta o expresa significados que trascienden la realidad concreta que tiene ante sus ojos.
“Signo” o “símbolo” son conceptos abarcantes, que indican realidades sensibles, conocidas, pero que remiten a otras realidades no perceptibles ni comprensibles de manera directa e inmediata. Ej. Una vaca puede ser para mi simplemente vaca, un animal de cuatro patas, pero para otra persona puede ser, riqueza, vida etc. Etc. según contexto cultural.
Los “signos” se diferencian de las “señales” que se refieren a realidades susceptibles de ser captadas directa e inmediatamente, ya semáforo sea por nexos naturales como entre el humo y el fuego, o por nexos convencionales como entre el verde y la vía libre.
En cambio, los signos-símbolos se refieren a realidades inaccesibles en sí mismas, pero que se hacen parcial y mediatamente presentes a través de una realidad sensible o mejor dicho a la realidad evocada a la cual remite.
Pero bien la señal en este caso, pues; se hace referencia a algo exterior a ella misma, en el símbolo, por el contrario, la realidad significada está presente en el significante, en el interior de ella misma. El símbolo contiene la realidad significada.
Ahora bien, de acuerdo con estas aclaraciones que acabamos de ver, los “signos de los tiempos” no son simplemente “señales”, sino “símbolos”, que contienen y hacen parcialmente presente una realidad inaccesible directamente, en nuestro caso, el Reino de Dios, y que permiten afirmar que ya ha llegado y está presente en y en medio de nosotros es decir porta un carácter histórico y geográfico.
Los signos de los tiempos y de los lugares se sitúan en la categoría de signos que emanan de las realidades de la historia y de la geografía. Este carácter específico los diferencia de los signos “naturales”, que provienen del mundo natural (una huella en la nieve es el signo del paso de un ser viviente), o de signos “convencionales”, provenientes de una iniciativa humana (como son los gestos, el lenguaje, las cifras, las cosmovisiones culturales,); se inscriben, por el contrario, en los hechos y lugares, en los acontecimientos, que tienen por su contextura y por su contexto humano, una “significación” que va más allá y más adentro de su materialidad exterior. De hecho es imposible decir que el quehacer pastoral en medio de las comunidades nómadas es igual como hacer con los agricultores aunque queremos uniformidad del estilo. Será entonces factible y real decir que la pastoral nómada es distinto a otro, tipo de pastoral dado su ubicación espacio temporal.
Debemos precisar, en primer lugar, la noción sociológica, histórica y geográfica de lo que denominamos “signos de los tiempos y de los lugares”.
Podemos decir, que los signos de los tiempos son “fenómenos que, por su generalización y su grande frecuencia, caracterizan una época, y a través de los cuales se expresan las necesidades y las aspiraciones de la humanidad actual”[1].
Los signos de los tiempos se refieren, pues, a las tendencias emergentes y predominantes en un determinado período histórico y contexto geográfico, que revelan la toma de conciencia de un grupo humano, sus anhelos más profundos de crecimiento en humanidad, sus aspiraciones más sentidas de justicia, paz y liberación.
Es importante resaltar que esta significación de los hechos no es superpuesta o reemplazada por otra que se añadiría desde fuera: es necesario retener el sentido y significación latentes en los hechos, es decir, conservar la plena densidad de la historia y de los lugares, sin quitarlas nada ni europeizarlas, y no “espiritualizarlos”, destemporalizándolos o descontextualizándolos. El sentido histórico es inmanente al acontecimiento, son pena de volver insignificante la historia.
El tiempo y el lugar no son solamente el condicionamiento exterior y contingente de un acontecimiento significativo; son el tiempo y el lugar concretos en los que brota la toma de conciencia de un grupo o de un pueblo, que es la que le da el significado al hecho y expresa su alma. Los acontecimientos históricos son un signo y una voz. La toma de conciencia y las aspiraciones que expresa el hecho, son aquello por lo cual llega a ser un signo y una voz. Percepción que no se tiene a partir de una teoría o de una doctrina preestablecidas, sino de una práctica social y un compromiso concreto.
Ej. En cuestión pastoral del bautismo, ¿quien dijo que el nombramiento del candidato al bautizarlo debe cambiar nombre al tinte occidental? ¿Por qué no se puede bautizar la persona con su nombre real, sin necesidad de buscar uno ajeno, tal como nombrar un tal Pinaque, (nombre indigina) Crispine, o a un tal Kiptum ( Nombre propia Nandi), Bush o Clinton etc..? con el pretexto que son nombres paganas…pero qué es Cristiano en los nuevos nombres?
El concilio Vat II nos dice que “El género humano se halla hoy en un período nuevo de su historia, caracterizado por cambios profundos y acelerados, que progresivamente se extienden al universo entero. Los provoca el hombre con su inteligencia y dinamismo creador; pero recaen luego sobre el hombre, sobre sus juicios y deseos individuales y colectivos, sobre sus modos de pensar y sobre su comportamiento para con las realidades y los hombres con quienes convive.” (Gaudium et Spes no. 4).
En los últimos tiempos se ha ido recuperando también otra “verdad olvidada”, que ha resultado igualmente importante y significativa para fundamentar la existencia de los “signos de los tiempos”. Referimos al carácter histórico de la revelación judeocristiana por cuanto se manifiesta como un plan de salvación propuesto por Dios el cual se realiza en el tiempo y en el espacio lugar único de la pastoral, y no como la comunicación de un conjunto de verdades y conceptos de una doctrina intemporal desde la sacristía, y las grandes catedrales.
La revelación divina no solo acaece en la historia, como escenario del actuar de Dios, permaneciendo exterior a ella, sino que, por el contrario, tiene lugar por ella, a través y mediante ella. A partir de esta conciencia teológica, se habla de la historia y de la geografía como “lugares teológicos” lo que llamamos la misión o areópagos, percibiéndolas como tiempo y lugar de la revelación divina.
Dios no se revela a sí mismo directamente, hablando a las personas y dejándose ver por ellas (teofanía) como lo expresa San Juan en su Evangelio: “A Dios nadie le ha visto jamás” (Jn 1,18;1 Jn 4,12), sino indirectamente, a través de las obras que acontecieron y siguen aconteciendo en la historia (teoergia).
En la Antigua Alianza, el pueblo israelita experimentó la presencia de Dios, a través de los acontecimientos del Éxodo, de la conquista de la tierra prometida, de la dinastía davídica, del Exilio, de la restauración de Israel, etc. Cada acontecimiento, y las circunstancias en que acaecía, iba revelando el rostro de Dios, su ser. Los creyentes de la Nueva Alianza experimentaron la presencia y el actuar salvífico de Dios, en el acontecimiento Jesús de Nazareth: “A Dios nadie le ha visto jamás; el Hijo único, que está en el seno del Padre, él lo ha contado” (Jn 1,18). “Cuando Felipe le pide a Jesús: ‘Señor, muéstranos al Padre y nos basta’. Le dice Jesús: ‘¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me conoces, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto a mi Padre. ¿Cómo dices tú: muéstranos al Padre? ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre está en mí?’.” (Jn 14, 8–10).
“Cada suceso particular revela e ilumina un aspecto del ser divino que irá enriqueciéndose y completándose con los aspectos que irán revelándose en los acontecimiento sucesivos, de modo que ‘sólo la totalidad de la historia podrá revelar plenamente a Dios’.[2] En Jesucristo, Dios se ha revelado de un modo definitivo y pleno. Y en él se irá manifestando a través de los tiempos.
La Palabra bíblica como testimonio de la Revelación de Dios, no nace aparte de la historia, sino que va acaeciendo en el momento mismo y a partir de la revelación histórica, siendo su testimonio y su codificación escrita.
De aquí brota la vocación-misión propia de los profetas. Pertenece a ellos penetrar en el devenir de los acontecimientos para detectar en ellos las interpelaciones de Dios para su pueblo. Es lo que acertadamente se ha llamado la “mayéutica histórica”. Así como la mayéutica socrática hace que el interlocutor descubra, engendre o dé a luz la verdad que lleva en sí mismo, la palabra del profeta descubre a los oyentes el significado profundo que los acontecimientos llevan en sus entrañas.
El profeta no crea ese significado ni lo impone desde fuera, sino que descubre “desde dentro” de la experiencia común algo que no era visible sin más de forma espontánea, pero que —una vez descubierto— puede ser verificado por los demás sin tener que seguir dependiendo de sus palabras. Enseguida, todos se ”reconocen en ellas” y entran en sintonía, en comunión con la palabra del profeta. Es esta la experiencia constante manifestada en las Escrituras, que expresa y compendia el Cuarto Evangelio en el episodio de la samaritana: “Ya no creemos por tus palabras. Nosotros mismos hemos oído y sabemos que este es verdaderamente el Salvador del mundo” (Jn 4,42).
“La revelación se realiza por obras y palabras intrínsecamente ligadas; las obras que Dios lleva a cabo en la historia de la salvación manifiestan y confirman la doctrina y las realidades que las palabras significan; a su vez, las palabras proclaman las obras y desvelan el misterio contenido en ellas (mysterium in eis contentum elucident)” (D.V. no. 2).
Cuanto acabamos de decir significa que dado el carácter universal de la voluntad salvífica, todo el espacio abarcado por la historia humana es el lugar donde Dios se manifiesta a través de los acontecimientos; y esos acontecimientos en los que se revela la acción divina no son otra cosa que lo que hemos llamado “signos de los tiempos” Ahora bien, Jesús anunció que con su presencia se había inaugurado un tiempo totalmente nuevo: los tiempos escatológicos: el del Reinado de Dios (Mc 1, 14–15) Desde el punto de vista cuantitativo o cronológico, acaeció hace veinte siglos y coincidió con los tiempos del Emperador César Augusto (Lc 2,1); sin embargo, desde el punto de vista cualitativo o teológico; el tiempo de Jesús era radicalmente nuevo: era el hoy de la salvación.
Igual que los signos atmosféricos bastan para adivinar que se avecina un cambio meteorológico, los signos, las obras realizadas por Jesús, indicaban y deberían bastar para darse cuenta de que los tiempos históricos estaban cambiando, en la línea del Proyecto de Dios.
“Juan, que en la cárcel había oído hablar de las obras (erga) de Cristo, envió a sus discípulos a decirle: ‘¿Eres tú el que ha de venir, o debemos esperar a otro?’ Jesús les respondió: ‘Id y contad a Juan lo que oís y veis: los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia a los pobres la Buena Nueva; ¡y dichoso aquel que no se escandalice de mí!’.” (Mt 11,2-6).
Así, pues, cuando Jesús, en Mt 16,3, habla de los “signos de los tiempos” se refiere a los signos de los tiempos escatológicos, de los tiempos mesiánicos, signos, en definitiva, del Reino de Dios que está irrumpiendo, haciéndose presente en él y por él. Y es este sentido bíblico-teológico el que debemos reservar cuando hablamos de “signos de los tiempos”.
Es indudable que para Jesús el Reino de Dios era una realidad ya presente: “El Reino de Dios —decía— ha llegado a vosotros” (Lc 11,20). Jesús no dijo que el fin de los tiempos estaba cerca, sino que ya había empezado la nueva época de la salvación. De hecho como miembros del mismo proyecto, salgamos de las grandes catedrales, y nuestras sacristías a las calles donde si acontece el proyecto de la salvación, ya no es momento de quedarnos limpios, sino embarrarnos con las comunidades luchando para lograr una sociedad que testimonian al salvador. Para que juntos podamos decir que, “el Espíritu de Dios, que conduce el curso de los tiempos y renueva la faz de la tierra, está presente en la evolución de la historia.” (Gaudium et Spes No. 26).
TOO KIPTUM
[1] Informe de los secretarios de la Comisión Preparatoria del esquema conciliar “Gaudium et Spes, Canónigos Ph. Delhaye y F. Houtart, 17 de nov. 1964. Citado por M.-D. Chenu, O.P., Signes des Temps En : Vatican II. L´Église dans le monde de ce temps. París, Les Éditions du Cerf 1967, pág. 208).
[2] Luis González-Carvajal. Los signos de los tiempos. El Reino de Dios está entre nosotros. Editorial Sal Terrae, Santander, 1987, pág. 37.