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¿Re interpretación de los consejos evangélicos?
¿Qué es profesar?
Profesar desde el punto de vista etimológico es asumir una nueva forma de ser y a partir de esa nueva forma de ser y de vivir, entonces servir.
La profesión es una palabra que podríamos descomponer pro – facere que significa hacer algo en el lugar de otro, proponer algo que otro me ha propuesto.
Es reinterpretar las tres grandes dimensiones esenciales de la vida a saber: reinterpretar el amor, reinterpretar el manejo de la propia voluntad y reinterpretar el manejo del poder.
Reinterpretar la dimensión del amor colocando el centro de nuestra vida afectiva en Cristo o sea es tratar de vivir con un corazón indiviso. El hombre religioso no puede quedarse en exclusivismos afectivos pues está llamado a tener el corazón abierto a todos, manifestando una autentica apertura a todo. Por eso aceptar el consejo evangélico de la castidad es luchar permanentemente contra las divisiones del corazón.
Reinterpretar el manejo de la propia voluntad es ver y vivir de otra manera la pedagogía de la obediencia, pues solo quien asume con fe la voluntad de Dios crece en su libertad y madura en su personalidad. La obediencia es saber privarse de lo que me gusta para asumir lo que Dios me manifiesta
Aceptar el consejo evangélico de la obediencia es luchar contra la tentación del poder, del dominio, de la intolerancia, de la arrogancia y de la dureza de corazón.
Reinterpretar la dimensión del poseer vivido en la pedagogía de la pobreza y el desprendimiento trae consigo una lectura nueva de las realidades ‘‘terrenales’’. Hoy tenemos que saber leer las pobrezas del mundo actual fuera de la material. La ignorancia, la violencia, la corrupción social, la indiferencia, el abandono de Dios. Hacer la profesión es vivir laboriosamente pero comprendiendo que todo se hace en común y se tiene en común. Aceptar el consejo evangélico de la pobreza es luchar contra la tentación del dominar, del poseer, del ser grande, del ser superior al otro olvidando el servicio.
Se trata de iniciarse en la pedagogía del compromiso con Cristo. Los griegos luchaban por formar en la morfósis o sea en la construcción de la personalidad y nosotros luchamos en la metamorfósis tratando de transformarnos en Cristo.
Y cada consejo evangélico tiene su aplicación práctica pues el tema de la reinterpretación del amor es también siendo cordiales y generosos, caballerosos respetuosos y tolerantes, es vivir el maravilloso regalo de la fraternidad tan vago hoy en nuestras comunidades. No sabemos respetarnos ni valorarnos, y la nueva vida de amor en la cual no hemos comprometido es para eso también.
Y el manejo de la propia voluntad también se expresa en la capacidad de incluir a todos en mis proyectos de vida en mis inquietudes y en mis decisiones, en mis intereses.
Y el manejo del no poseer también se concreta en el rechazo a la manipulación, en el rechazo a la utilización del hermano, en el rechazo a la permanente sospecha del hermano. No podemos sentirnos dueños de los hermanos no podemos sentirnos vigilantes de los hermanos sino verdaderos prójimos.
Por todo esto no podemos pensar que la profesión es para “ensayar” a ver si seguimos al Señor. Esto no es cuestión de compromisos pasajeros, es cuestión de la vida entera.
Pero para esto hay que saber entender lo que significa el dolor. El Señor formó a sus discípulos para los momentos de prueba y los educó a través de las crisis pues incluso el Señor con los anuncios permanentes de la Pasión, preparó a sus discípulos para convertirse en hombres fuertes, en auténticos seguidores.
Los votos son una voz que también enseña a los otros a seguir al Señor. Los votos no son vetos como a veces el pueblo secular trata de hacernos entender, son respuestas, son retos. Los votos son voces para los jóvenes y mayores que los conocen y con quienes trabajan. Y sus votos deben ser un nuevo vigor para los más jóvenes y a los más viejos, un vigor en el camino, una renovada llamada del Señor a ser fuertes en la lucha de ser lo que son.
“Feliz quien ha escuchado la llamada al pleno seguimiento del Maestro, feliz pues él con su mirada, lo eligió amigo y compañero, feliz quien abraza el sacerdocio para llenar de Dios su vida toda, para servirlo a El con fortaleza, con gozo y con amor a todas horas.” (Liturgia de las horas)
Castidad y fraternidad
Creo que en nuestra vida consagrada necesitamos reflexionar no solamente sobre los aspectos espirituales y teológicos de la misma sino también y con profundidad, sobre nuestra misma personalidad en el entorno de una vida fraterna en comunidad. Por esto voy a sugerir una serie de aspectos que pienso que son fundamentales para la convivencia y la madurez en nuestras relaciones fraternas.
La vida religiosa exige de cada uno de nosotros una gran madurez entendida como un modo de pensar, como un modo de sentir y como un modo de obrar en relación con nuestra edad, con nuestra situación y con nuestros hermanos.
Uno va madurando en la medida en que logre la integración de sus componentes físicos, psíquicos y espirituales para alcanzar una mayor estabilidad y un permanente proceso de crecimiento que se vive en los diferentes momentos de la vida, procurando confrontar las experiencias cotidianas con las nuevas realidades que se van presentando. Creo que se trata de vivir un proceso de emancipación espiritual y emocional, es decir un verdadero desafío propio de todo hombre joven o viejo consagrado.
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